domingo, 25 de enero de 2009

Reportaje Autoverde: Febrero 2009

La revista Autoverde 4x4 publica en sus números de febrero y marzo el reportaje de nuestra última travesía en Bolivia. Aquí va el texto de la 1ª parte:

Expedición Kimbamba: “Desierto, volcanes y sal” – Agosto 2008

Antes de pasar a la descripción de esta expedición sería conveniente explicar el origen de la misma, qué nos llevó a ello. Todos aquellos que habéis estado en el desierto sabéis que ya nunca más os escaparéis de sus garras, siempre estamos esperando la oportunidad de volver. En el desierto se desvelan los genes de nuestros orígenes y nos reencontramos con aquel espíritu nómada y tribal perdido a través de los siglos. El mundo se convierte en un pequeño grupo y un gran horizonte que, en contraste con nuestra vida mundana, nos proporciona una sensación de libertad infinita. Los marinos también conocen perfectamente esta sensación, los paralelismos son evidentes. Pero, otra característica inherente al espíritu viajero es la curiosidad, las ansias de conocer nuevos parajes. En Kimbamba nos hemos caracterizado por nuestro deambular constante por el Sahara, de norte a sur, de este a oeste, pero el Sahara, aún siendo el mayor desierto del mundo, no es el único, existen otros, diferentes y también espectaculares, por lo que ya hacía tiempo que teníamos la vista puesta en un país que no ha sido considerado como merece: Bolivia. Allá se encuentra el Salar de Uyuni, el mayor del mundo, con una superficie equivalente a la de Bélgica que, por sí solo, ya justifica el viaje. Pero, es que además, se encuentra en el altiplano andino, donde se pueden contemplar auténticas maravillas paisajísticas: volcanes perfectos, lagunas de todos los colores, fantásticas formaciones rocosas erosionadas por el viento. En definitiva, un sinfín de sorpresas. No en vano, la organización del París-Dakar ha escogido el desierto de Atacama, situado a escasos kilómetros de esta zona, como lugar de celebración de su próxima edición.
Llegamos el día 13 de agosto al aeropuerto de La Paz, no sé si será el más alto del mundo, a 4.000 mts. de altura, el avión apenas tuvo que descender. Sorprendentemente, siendo La Paz la capital más elevada del planeta, tuvimos que bajar para llegar a ella desde el aeropuerto. En efecto, La Paz se encuentra en una hoya, rodeada de laderas, a 3.800 mts. de altura. A la mañana siguiente nos dedicamos a recorrer la ciudad por sus empinadas callejuelas y, a pesar del mate de coca que tomamos al salir del hotel, los efectos de la altura no tardaron en notarse, los movimientos se hacían pesados y los jadeos eran constantes pero mereció la pena, sobre todo el casco histórico colonial y el Mercado Brujo.
Por la tarde nos dirigimos en un minibús hacia la ciudad de Oruro donde, al día siguiente, nos harían entrega de los 4x4. Nos hicimos con 6 vehículos: 2 Toyota HDJ80, 1 Land Cruiser nuevo (Prado por estas latitudes), 1 Toyota pick up nueva también y 2 Mitsubishi Montero (con unos 9 o 10 añitos a cuestas), todos con motor de gasolina y relucientes. Debido a la altura, son más eficientes los motores de gasolina que los diesel aunque, de cualquier forma, la falta de oxígeno supone un notorio decremento de la potencia de los vehículos.
Famosa por su carnaval andino, Oruro es una ciudad minera en pleno altiplano boliviano que nos comenzó a recordar anteriores andanzas saharianas, mercadillo popular, dificultades para cambiar moneda, suburbios sin asfaltar... Nos costó bastante tiempo salir de la ciudad debido a las obras de construcción de un puente en la salida de la ruta hacia Uyuni. Tras 120 km. de asfalto, en los que bordeamos el lago Poopó, entramos, por fin, en una pista ancha que resultó incómoda en extremo. Dado que es la única ruta que une Oruro con Uyuni, autobuses y camiones han dejado su impronta en forma de una infernal “tôle ondulée” allí llamada “calamina”. Tal fue el traqueteo que, a la salida de una curva, a éste que escribe se le desprendió la rueda trasera izquierda enterita dejando en carne viva los tambores del freno del Mitsu. Era ya de noche y, por suerte, se trataba de una zona lenta por lo que la cosa no pasó del susto inicial. Néstor y Lucas, nuestros mecánico y guía locales, se aplicaron inmediatamente a la tarea y el Mitsu, aunque sin freno trasero, pudo continuar hasta Uyuni en donde nos esperaba una ansiada cena en un acogedor restaurante al calor de una potente chimenea, el frío era intenso, y de un muy aceptable vino tinto local que acompañó un excelente filete de llama.
Tras un reparador descanso en un agradable hotel y, con los depósitos y jerrycans hasta los topes, partimos hacia el cementerio de trenes, a pocos km. de Uyuni.
El cementerio de trenes es la versión terrestre de la “Costa de los Esqueletos” en Namibia o los aledaños marítimos de Nouadhibou en Mauritania. Multitud de locomotoras y vagones, básicamente mineros, yacen para siempre en una desértica explanada conformando un escenario impresionante, sobre todo por la belleza de las locomotoras de vapor, todas ellas centenarias, amontonadas en dicho lugar. Sesión corta y obligada de fotografía y partimos raudos iniciando nuestra auténtica primera jornada off-road. Nos dirigimos a Tupiza, a unos 220 km. La primera mitad del recorrido, hasta la población minera de Atocha, es aún de altipampa, con un tramo final que discurre por el cauce del río enclavado en montañas que bajan en picado en ambas orillas. No existe pista, el camino es el cauce del río, afortunadamente un exiguo caudal de aguas ferruginosas no reblandece el suelo y la travesía se hace ligera y placentera. Antes de llegar a Atocha, en medio de la nada y junto al río, aparece de repente en un recodo, un enorme cementerio, esta vez humano, en donde descansan para siempre los restos de multitud de mineros. El panorama es bello a la vez que sobrecogedor. Una vez sobrepasada la pequeña población, encaramos la montaña, ascendiendo hasta los 4500 msnm, por perfiles donde el camino de tierra, muy poco transitado, parece de cuento. Se desciende por los elevadísimos lomos de las montañas con el valle al frente que se presenta como una promesa de colores frutales. Es el Valle de los Machos, llamado así por sus formaciones fálicas provenientes de la erosión, que alternan con bosquecillos de algarrobos, y que se presentan a la orilla de la ruta. Aparecen los primeros grandes cactus y nos da la sensación de encontrarnos en un “western” sabiendo además que, en esa zona, concretamente en el pueblo de San Vicente, acabaron sus días los famosos forajidos Butch Cassidy y The Sundance Kid. Llegamos a la población de Tupiza (20 mil habitantes aprox.) donde nos esperaba la agradable sorpresa de unas fiestas populares en sus calles.
Al día siguiente reiniciamos la expedición por el cauce seco del río, hasta encontrarnos en un cañón de paredes rojizas y formas caprichosas que nos recuerdan los tubos de un órgano, Nos detenemos un momento para observar el majestuoso vuelo de un cóndor entre una vastedad de obras de arte labradas en millones de años por fuertes vientos, por el deshielo de la nieve, la actividad volcánica y las escasas lluvias estacionales. Todas estas formas de erosión han creado un escenario casi extraterrestre que nos deja con la sensación de estar atravesando el fin del mundo.
La Quebrada de Palala es la encargada de presentar esta variedad de inverosímiles obras maestras de la naturaleza: Un gran valle de enormes paredes de tierra y roca erosionadas que caen en vertical, se nos presenta desde diferentes alturas y ángulos mientras nuestro 4X4 trepa la montaña en zigzag a través de El Sillar. El espectáculo es majestuoso. Tras una breve parada en una aldea minera para reabastecernos de algunas provisiones (una especie de mosto argentino, sucedáneo del vino ¡es lo que hay!) reanudamos la ascensión trepando la Cordillera de Lípez, desde la que se abren las vistas de la llanura del Salar. El camino, aún siendo de alta montaña, no presenta precipicios y es sumamente variado, vadeo de ríos helados, pastos, cumbres, cambios de color, llamas, ñandúes (el avestruz andino), vizcachas (un enorme conejo que corretea por las laderas), no es rápido pero tampoco trialero. Poco antes de la puesta de sol llegamos a la población de San Antonio de Lípez en donde pasaremos nuestra primera noche por encima de los 4000 mts en lo que se llama un “albergue básico”. La aldea está compuesta de cuatro casas y el albergue, os lo podéis imaginar: cuatro paredes, habitaciones comunitarias, un comedor y poca cosa más. Dado que, en esas fechas, la temperatura exterior nocturna puede llegar a -20º C, nos habíamos aprovisionado previamente de material anticongelante: montones de leña, “singani” (un aguardiente local similar a la grappa o el pisco, muy bueno por cierto) y unos buenos sacos de dormir. Cena caliente, mate, singani y unas danzas andinas alrededor de la hoguera, bajo un increíble cielo estrellado, fueron la mejor receta para ir a la cama calentitos.
Al día siguiente continuamos subiendo hacia las alturas de más de 5.000 msnm de la Cordillera de Lípez, pasando en primer lugar por los restos de San Antonio Viejo, testimonio del auge minero de la Colonia española, pero también del tesón humano sin el cual es inexplicable la idea de ciudad pujante en un sitio como éste, tal como presentan los vestigios de piedra aún en pié. Actualmente es una importante colonia de vizcachas.
Atravesamos la zona volcánica de El Torreón llegando finalmente a la Reserva de Flora y Fauna Andina Eduardo Avaroa (REA). Por la tarde nos encontramos ya con las primeras lagunas de extraña belleza que se nos han de presentar en nuestra ruta de los siguientes días. La frontera argentina se sitúa a apenas 20 km. de nuestra posición, en la vertiente sur del Volcán Uturuncu, cuyos dos picos de más de 6 mil msnm dominan el paisaje. Parece mentira que, en estas condiciones climáticas, existan colonias de patos que se dediquen a patinar alegremente por el hielo como si fueran pingüinos.
Llegamos a Quetena Chico, pueblo perdido en la nada de más de 100 familias y que vive sobre todo de la ganadería de auquénidos (llamas y similares), de la minería y el turismo.
Volvemos a un alojamiento básico aunque éste en mejores condiciones y con posibilidad de agua caliente en “horas concertadas”. Esta noche no hay fiesta porque mañana salimos muy temprano con el objetivo de subir el Uturuncu. Ninguno de nosotros ha llegado nunca a los 6.000 mts. y es obligado intentarlo.
Es imprescindible salir muy temprano para que nos dé tiempo de ascender y llegar a Quetena Chico a la hora de comer si queremos llegar a una hora razonable a nuestro final de etapa: Ojo de Perdiz, así que a las 6 de la mañana, y a una temperatura de -17º C, nos subimos en nuestros “carros”. Nada más salir de la población debemos vadear un río congelado con mucho cuidado para que las aristas del hielo que rompemos no dañen nuestras ruedas. Nos las prometíamos muy felices una vez sorteados los helados obstáculos pero, el agua que quedó en los frenos se congeló dejando éstos inutilizados por lo que, en la siguiente parada, alguno se llevó una sorpresa cuando vio que la única forma de detenerse era con la ayuda del coche precedente. Menos mal que no hubo que hacer ningún parte. Los problemas no acabaron ahí, uno de los Toyotas comenzó a calentarse, un poro en el radiador. Nueva parada, Néstor y Lucas se pusieron manos a la obra no sin antes encender la típica calefacción andina, que no es ni más ni menos que prender fuego en el arbusto más próximo. Este último contratiempo nos hizo comprender que no nos daría tiempo para alcanzar la cumbre. Reanudamos el trayecto por un camino muy pedregoso y, poco después de sobrepasar los 5.000 mts. los vehículos ya nos exigieron la reductora, la falta de oxígeno y la pendiente eran notorias. Trepamos y trepamos hasta llegar a los 5.600 mts. en donde ya se hacía aconsejable continuar andando. Quedaban 400 mts. de altura hasta la cumbre que se podían hacer en 2 horas aproximadamente. No nos quedaba tiempo. Los que más, ascendieron 300 mts, los que menos 100, el viento era glacial pero valió la pena, el panorama, entre fumarolas, es único.
Salimos de Quetena Chico después de comer, atravesamos Quetena Grande que, curiosamente, es más pequeño que su hermano menor. A partir de ahí, un camino inolvidable, auténticas postales marcianas, lagunas blancas, tierra rojiza, enormes roquedales y, al fondo, siempre los volcanes. Desembocamos en el Desierto del Siloli, ahora el suelo es negro, del color de la lava. A lo lejos, a unos cuantos km., nos espera, camuflado en el paisaje, el Hotel del Desierto. Resulta una bendición, a 4600 mts de altura y en medio de la nada, poder alojarte en un establecimiento así.

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